Los centros de formación para adultos deben ser, necesariamente, centros diferenciados. Ello implica que no pueden partir de un Curriculum fijo y concebido a priori, como ocurre con las primarias y secundarias. La enseñanza para adultos debe partir necesariamente de las situaciones de vida en que se encuentran sus alumnos. La «situación» del alumno, empero, se halla relacionada siempre con su profesión o con una posible profesión. Además, la orientación profesional o «la reorientación» de los que se hallan ya en actividad, debe ser considerada cada vez más como una realidad social ineludible, dentro del proceso de evolución socioeconómica acelerado, que caracteriza nuestra época. A un trabajo que cambia continuamente, debe corresponder un perfeccionamiento continuo.
Este enfoque plantea a las instituciones de educación de adultos, una serie de problemas muy distintos de los que se daban clásicamente. Porque es sabido que en las instituciones de educación de adultos de corte tradicional, el adulto concurría a «aprender» en primer lugar lo que se le ofrecía, y no directamente lo que él necesitaba aprender. La deserción de los centros de formación para adultos es pues, una lógica consecuencia, pues a la mayoría de los adultos no les queda tiempo sino para aprender lo que su «situación» les exige.
La nueva didáctica del adulto, debe pues partir necesariamente de la consideración de la «situación» específica en que se encuentra el «alumno», que como sabemos es por definición una «persona en situación». Según esto los factores que exigen el cambio de una didáctica para los adultos son determinados por:
La naturaleza de la situación-problema, que impulsa al adulto a recurrir a la formación. La misma puede ser de naturaleza profesional, económica, cultural, social, etc.
La naturaleza del agente que toma a su cargo satisfacer la necesidad del adulto. Tal puede ser la misma organización industrial en la cual él trabaja, o el sindicato, o el Estado.
Una vez que se haya esclarecido el contenido de los dos puntos anteriores, se deberá pasar a determinar la importancia del curso que debe seguir el adulto, su duración, el grado de obligatoriedad, el grado de compromiso exigido al alumno, los problemas didácticos de la preparación del profesor, el método, horarios, etc.
Pero, para la elaboración de una nueva didáctica del adulto, se debe partir del presupuesto de que el adulto, como «alumno», es alguien que trae consigo el caudal de sus conocimientos y de sus experiencias anteriores, y que el mismo puede ser muy valioso como punto de partida y de enriquecimiento de su «situación». Por ello la didáctica del adulto debe ser edificada sobre la base del capital aportado por los alumnos, para recién después, en un segundo momento, conducirlos a lo «nuevo». En esto, el profesor tendrá en cuenta que lo nuevo que él ofrece puede provocar una fuerte resistencia, casi siempre de tipo inconsciente, en sus alumnos, resistencia que él vencerá con habilidad. Para ello, lo más aconsejable es el empleo de una metodología activa.
El desarrollo de la inteligencia Su fijación y posterior deterioro
El desarrollo de la inteligencia: Hasta 1920 se admitía que el desarrollo de la inteligencia alcanzaba su grado máximo en una edad situada entre los 15 y los 18 años. A partir de esa edad, se decía, la inteligencia permanece estable durante toda la edad adulta, hasta el comienzo de la senilidad propiamente dicha.
En 1920, se publicaron los resultados de una serie de estudios realizados sobre los adultos, seleccionados para la formación del ejército de U.S.A. Se notó que el nivel máximo de desarrollo intelectual se daba a los 20 años, y luego decrecía, primeramente en forma lenta, y a partir de los 40 años en forma más pronunciada, hasta arribar a la senilidad.
Posteriormente se continuaron realizando estudios en el mismo sentido, y las investigaciones de Wechslez, realizadas sobre mil personas de 16 a 68 años, permitieron reconocer que el nivel medio de inteligencia alcanza su máximo desarrollo entre los 18 y los 24 años, para decrecer progresivamente a partir de los 60 años. Se descubrió que, cuanto más elevado es el nivel inicial de la inteligencia del sujeto, tanto más precoz y rápido es su desarrollo, como asimismo que, cuanto más temprana es la edad en que el desarrollo de la inteligencia alcanzó su máximo, grado, tanto más rápido es su descenso.
El desarrollo de la inteligencia continúa hasta una edad que oscila entre los 20 y 30 años; para empezar a decrecer desde entonces, de un modo lento y con gran diversidad según los individuos.
Como se puede notar, los estudios sobre el desarrollo de la inteligencia no han dicho aún la última palabra, y ello ante todo si se tiene en cuenta que los mismos se realizan a partir de tests, hacia cuya construcción es justo guardar, por lo menos, una relativa desconfianza científica.
¿Existe el deterioro de la inteligencia?
¿Cómo explicar el hecho de que la inteligencia humana arribe a un determinado punto de desarrollo y se quede allí como estancada, y ante todo cómo explicar su lento pero irreversible deterioro, a medida que pasan los años? Por ahora no se tiene una respuesta conclusiva. Puede ser que dicho estancamiento, por ejemplo, se deba al desinterés del adulto por el tipo de tests aplicados para medir su desarrollo intelectual. Puede ocurrir que se trate, simplemente, de variación de la velocidad de las operaciones intelectuales, lo cual no desmerecería el crecimiento de su capacidad. Pero puede ser también que la inteligencia deje de crecer, a causa del desuso que hacen de ella muchos adultos, al no esforzarse por elaborar nuevos conceptos, juicios y raciocinios.
Cattel, por su parte, cree individuar en el desarrollo intelectual del adulto, dos criterios que determinan su fijación y deterioro. Según él, la inteligencia posee las aptitudes de fluidez y de cristalización. La aptitud de fluidez de la inteligencia está dada por la capacidad general del sujeto de discriminar y percibir las relaciones existentes entre los varios elementos, a partir del final de la adolescencia. Desde entonces comienza a actuar la aptitud «cristalizadora» de la inteligencia, consistente en la formación de hábitos mentales discriminatorios, por lo cual ciertas operaciones mentales son preferidas a otras. Esto ocurre sin que se dé en el sujeto una percepción sin la comprensión consciente del mismo
Por todo esto el término «deterioro» de la inteligencia puede prestarse a una falsa interpretación, porque parece indicar necesariamente un real déficit de la inteligencia del adulto, frente a la del miro o del adolescente. Posiblemente, sin embargo, no se trate de una decadencia del poder intelectual del adulto, sino más bien de una transformación cualitativa de la misma, por lo cual pueda disminuir su «fluidez» en ciertos sectores, mientras que en otros se ve reforzada. Así sabemos que es propio del pensamiento del adulto establecer una mayor objetividad en sus contenidos. Según esto la inteligencia comienza a funcionar «adultamente», cuando el sujeto es capaz de desprenderse de lo subjetivo y de los sentimientos, para pasar a considerar las cosas en sí, independientemente de los «deseos» del sujeto.
Las personas adultas están en aprendizaje continuo
El estudio del aprendizaje humano, para que dé sus frutos en función de un mejoramiento del comportamiento del que aprende, implica una serie de etapas que deben ser dilucidadas previamente, con el objeto de poseer un punto de partida científico, capaz de servir de base para la elaboración de una metodología coherente con la personalidad del que aprende.
Diagnóstico de la personalidad del que aprende
Cada alumno adulto, posee su propia modalidad de aprendizaje. Pero lo que conviene recalcar es la necesidad de que se realice, al ingresar el alumno adulto en un centro educativo, un diagnóstico, lo más completo posible, de su situación cultural y nocional. La enseñanza de adultos debe partir necesariamente del acervo de cultura y de conocimientos que traiga consigo cada uno de los alumnos. De ello dependerá después, no sólo la graduación del contenido, sino también la metodología que deberá ser empleada.
Especificar los cambios que deben producirse en quien aprende:
El proceso de aprendizaje tiene como objetivo conducir al sujeto, desde un estado que se supone de incipiente maduración, por lo menos en algún sector de referencia, hacia un estado de mayor perfección en el mismo. Se trata pues, en términos generales, del paso de un estado de «incompetencia o ignorancia», en un determinado sector, al de competencia en el mismo. Los indicadores de que se está produciendo un cambio son los siguientes:
Cambia de sus conductas variables a otras estables y precisas.
Distingue los aspectos importantes de su aprendizaje, de los que son periféricos, secundarios o hasta extraños a su tema.
Elabora estrategias destinadas a solucionar nuevos problemas que le salen al paso, de una manera cada vez más experta.
El sujeto se transforma lentamente en un experto.
El comportamiento del alumno que realmente aprende, se vuelve cada vez más autosuficiente y autodidacta.
Si observamos en la conducta de un alumno estos cambios que acabamos de acotar, podemos afirmar que el mismo está «aprendiendo», es decir, convirtiéndose en un «experto» en el área de su aprendizaje.
Evaluación como mejora de los resultados del aprendizaje
La evaluación está en función tanto del trabajo del profesor como del alumno. Por lo tanto es tan equivocado el método tradicional en el cual era evaluado sólo el alumno, producto o víctima del mal método de su profesor, nunca evaluado. La evaluación debe estar al servicio de una mejora, tanto de la metodología didáctica y de la capacidad del profesor a enseñar, como del aprendizaje del alumno. La evaluación debe ser un mero control, destinado no a condenar, sino a mejorar el trabajo de profesores y de alumnos y en definitiva a lograr que el aprendizaje sea cada vez más seguro, eficiente y económico. La evaluación se halla pues, totalmente en función de la mejora de la formación. Todo lo demás es erróneo.
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